viernes, 15 de mayo de 2009

Kuropatwa en technicolor





Tras un periodo de formación en artes visuales en la ciudad de Buenos Aires, Alejandro Kuropatwa viajó durante un año por Europa y los Estados Unidos, para instalarse finalmente en Nueva York. Allí asistió al Fashion Institute of Technology y a la Parsons School of Design. Su llegada a esa ciudad, en 1979, coincidió con una época de celebración desenfrenada del lado más comercial de la cultura.
Con esa experiencia regresó a Buenos Aires, una ciudad movilizada por el fin de la dictadura militar (1976-1983) que transitaba momentos de gran apertura y que, en el campo cultural, favorecía el regreso al país de los artistas exiliados durante esos años, junto con una franca visibilidad de los que durante la dictadura operaban en circuitos underground. Esta suma de fuertes cambios en la escena local, que incorporaba a artistas que venían de otros ámbitos, dio lugar a una enorme diversidad de formas expresivas que generaban cruces interesantes entre artes visuales, teatro y música, y devino en la multiplicación y desplazamiento de los centros de una actividad en expansión.
Con la llegada de la democracia, esta cultura under se difundió en múltiples formatos y locaciones, proponiendo la ampliación de los límites de lo que hasta entonces había sido considerado arte. En ese sentido, se vivía un paralelismo entre la “fiesta” neoyorkina de los 80 y la explosión apasionada –después del letargo– de las manifestaciones vanguardistas de Buenos Aires.
Esa coincidencia de acontecimientos fue el puente que facilitó el desembarco –a la vez que señaló una marca decisiva en la historia personal y en el desarrollo artístico– de Alejandro Kuropatwa.
La presente exposición reúne las obras de sus últimos años. Se trata de cinco series: Cóctel (1996), Yocasta (2000), Mujer (2001), Flores (2002) y Naturalezas muertas (2002) . Si bien son series autónomas, el conjunto articula conceptos recurrentes en el artista, que atraviesan toda la muestra; el empleo de grandes formatos, el uso intensivo del color, los objetos individualizados, la sustracción de elementos de contexto, la manía por el detalle magnificado y la carga conceptual manifiesta construyen una estética inquietante que circula por estas series.
Es evidente el cambio que significó en la vida de Kuropatwa y, por supuesto, en su producción, el advenimiento del cóctel de medicamentos como una posibilidad cierta de sobrevida, y ello se refleja patentemente en toda su obra posterior. AK abandona esa mirada nostálgica, velada y distorsionada de la realidad que definió sus trabajos hasta mediados de los 90, para desencadenar todo su talento en una obra, como siempre aguda y carente de prejuicios, pero ahora alegre y esperanzada. La muestra agrupa las obras creadas a partir de este punto de inflexión en la vida del artista.
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